CHICO Y RITA. CRÍTICA
«Chico y Rita” es una historia que ya hemos visto muchas veces en el cine. “Chico y Rita” es una historia que jamás hemos visto en el cine hasta que Fernando Trueba uniera su talento al trazo de Javier Mariscal y a la música de Bebo Valdés. Una historia de amor apasionado, imposible, frustrado y abnegado por los trompicones del destino unido y desunido de un pianista cubano y una bella solista en los años previos a la revolución cubana.
Todo esto y más es “Chico y Rita”, además de un placer para los sentidos y un regodeo del buen gusto musical y estético. Pero el cine de animación no debe ser excusa para descuidar la narrativa, y esta cinta adolece de una estructura dramática alterada por la belleza de su forma, con un ritmo demasiado contemplativo y un crisol de personajes tan maniqueos que algunos transitan por los manidos tópicos del cine musical, cine negro o la referencial Casablanca de Michael Curtiz, sin demasiado aporte para la emoción o la empatía de cualquier espectador ávido en grandes relatos cinematográficos.
Con todo, la innovadora propuesta del cineasta madrileño no dejará indiferente a los amantes de la buena música, con un recorrido que va desde el son cubano al musical de Hollywood, pasando por las nostalgias jazzísticas y melódicas de medio siglo de influencia de dos países tan diferentes y tan enfrentados como complementados en sus expresiones musicales.
Tampoco dejará indiferentes a los amantes de la luz y de las sombras, de la velocidad y de las pausas, de las dos y de las tres dimensiones, del colorido y de las bellas músicas, en una sinestesia continuada de noventa minutos de proyección. Y si a esto se le añade el ensueño de disfrutar de los trasuntos de grandes mitos musicales como Nat King Cole, Dizzy Gillespie o Tito Puente nos queda un dulce caramelo, pero sin alimento, aunque a muchos empalague.