«AMOR». CRÍTICA
Uno de los mejores versos del poeta español Pedro Salinas decía así: “¿Serás, amor, un largo adiós que no se acaba?”. El autor personificaba el sentimiento para aludir a la condena vital de la inexorable separación de los amantes. Setenta y cinco años después, “Amor” es el título del último filme de Michael Haneke, uno de los directores más controvertidos que ha dado el cine europeo de ahora y siempre. La semiótica producida por la palabra que designa el universal sentimiento junto al sonoro apellido revuelve el imaginario del público, fiel o detractor de su cinematografía, porque al director alemán se le ama o se le odia, siguiendo la estela de otras rara avis continentales como Von Trier, Kaurismaki o Vintemberg.
En referencia al estreno de la película la semana pasada, una amiga mía rechazó su visionado afirmando que Haneke “tiene una piedra por corazón”. Quizás la proximidad de su autor (70 años) a la certera hora le ha ablandado el músculo. En lo que no cabe ninguna duda es que hay que contar con sobrada experiencia en el oficio de vivir para poner al otro lado de la cámara una realidad tan “fieramente humana”.
La cinta muestra la decadencia de Anne (Emmanuele Riva), víctima de una enfermedad degenerativa que la obliga a estar postrada mientras Georges (Jean-Louis Trintignant) gestiona a duras penas el oprobio de la agonía mortal. Haneke vuelve una vez más a ensordecer el alma de los espectadores con una cámara fija, sin contraplanos y una mirada morbosa que recrea la belleza del sufrimiento de la vida. No hay impostaciones o remilgos, ni aspavientos o heterodoxia que valgan. Pero si en algo ha evolucionado el indolente director ha sido en el hecho de ser capaz de mostrar el lado más humano de los instintos. Ya en su anterior película, “La cinta blanca”, la violencia explícita dejaba paso a la omisión o a la sugerencia. En ésta, Eros y Thanatos se fusionan para invocar una íntima reflexión sobre el sentimiento cuando está próximo a la extinción por su inevitable fugacidad. “Amor” muestra el amor sin frivolidad, carnalidad o individualismo que se precie. “Amor” habla del amor litúrgico, de las alegrías y las penas y de la salud y la enfermedad. “Amor” es el amor como consecuencia, como reacción, como inyección letal de un estadio catártico al alcance de unos pocos privilegiados.
Y como los directores no hacen solos sus películas, cabe destacar las interpretaciones de la pareja protagonista y el buen empleo de la música clásica diegetizada. También las apariciones de Eva (Isabelle Huppert) son breves pero cargadas de conflicto antagónico. Sobran, a mi juicio, el crisol de secundarios poco desarrollados y el simbolismo animal (la paloma) que ni sorprende ni aporta en exceso, aunque sin esas licencias Haneke no sería Haneke con su incontestable autoría. Que dure, aunque moleste.