EL SEXO DE LOS ÁNGELES. CRÍTICA
Las pasiones humanas son incontrolables. Los guiones cinematográficos no lo son, y esto es lo que le ocurre a la última película de Xavier Villaverde, que se descontrola escena por escena, cada cual más previsible, ñoña, torpe e incoherente. El guión es su gran carencia, que no la historia, a pesar de que la estructura sea transparente y tenga el ánimo de avanzar vertiginosamente. Sus personajes se quedan en meros esbozos de sí mismos y durante la proyección uno no para de preguntarse por qué sus circunstancias son como son: todo suena a cartón piedra. Aún así, el trío protagonista seduce al otro lado de la pantalla, en especial la intensa mirada de Álvaro Cervantes y la belleza frágil de Astrid Bergès-Frisbey. Los tres defienden con espontáneas, pero sutiles interpretaciones demasiados diálogos manidos por haberlos escuchado mucho antes en teleseries de temática adolescente. ¡Olé por ellos!, porque a la película le falta “motor”, golpes de efecto verosímiles, antagonistas y secundarios con mayor desarrollo y, algo muy importante, pillar el tono, pues el melodrama amoroso a veces transita por la tragedia y otras por la comedia naíf sin ofrecer al espectador un asiento donde apoyar el veleidoso discurso. La cinta también rezuma “Jules et Jim” y otros clásicos que trataron el amor a tres bandas, pero esto tampoco es un problema, y sí el pretender ahondar en la complejidad humana sin demasiado acierto ni profundidad, emulando a grandes como Truffaut, Rohmer, Bergman o Antonioni. “El sexo de los ángeles” va de arriesgada pero se queda en un ejercicio de cobardía; quiere insuflar transgresión en estos tiempos donde lo que plantea ya es mera mojigatería y ansía ser profunda en la psique, en el deseo y en la moral de unos personajes a los que se les ven los hilos que los mueven. Con todo, la película posee brillantes secuencias con magia entre sus protagonistas y una fotografía y banda sonora impecables.