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TÉCNICOS DE CINE ESPAÑOL. REALIDAD Y PANORAMA DE UN SECTOR.
Creé este blog hace ahora exactamente dos años con el ánimo de escribir sobre todo aquello que había ido aprendiendo durante más de diez años, gracias a los madrugones, las jornadas interminables, los gritos al otro lado del walkie-talkie y el orden del caos que todo aquel rodaje que se precie debe tener. Tenía ganas de escribir y divulgar a través de Internet todo aquello que no puede explicarse en los libros, los apuntes de Universidad, las filmotecas o librerías especializadas. Creé también este blog para intentar aliviar la zozobra que por aquel entonces comenzaba en nuestro Sector y dar un poco rienda suelta a mi Licenciatura en Periodismo tan poco aprovechada, pues siempre consideré que mi verdadero oficio estaba en el Departamento de dirección, a pesar de las constantes incertidumbres y agridulces tragos de la profesión.
Y hoy continúo escribiendo, motivado por el espontáneo grupo de técnicos de cine español que se ha creado durante estos días en Facebook (ya van más de 14.000 en apenas una semana), donde se han generado debates cruzados, duras críticas, diatribas y lamentos varios por parte de un buen número de integrantes del grupo. Desgraciadamente he tenido demasiado tiempo para leer, conocer las incorporaciones, saludar a compañeros y extraer un buen número de conclusiones, que si bien no serán soluciones inmediatas a la crisis del Sector, si aportarán una dosis sosegada de reflexión sobre la complicada cuestión.
Técnicos de cine español. Realidad y panorama de un Sector (1995-2012)
Según los datos del Ministerio de Cultura el número de películas que se han producido en nuestro país se ha duplicado prácticamente en una década y el número de horas de ficción española ha inundado todas las parrillas de televisión. El crecimiento ha coincidido con la explosión de escuelas de cine, másteres oficiales, formación profesional, carreras universitarias y un sinfín de academicismos y enseñanzas homologadas en torno a los medios audiovisuales. Años donde los hijos mimados de una generación podían optar por estudiar y formarse para tomar el relevo de una industria, cuando la inmensa mayoría de profesionales en activo provenían de una escuela diferente: la de la experiencia, el oficio, el paso a paso y el oír, ver y callar de la jerarquía de cualquier oficio cinematográfico.
Eran los años del ladrillazo y de la cultura del pelotazo, donde el cine estaba protegido, subvencionado, apoyado por las televisiones, y la publicidad audiovisual seguía arrasando con sus movimientos millonarios. El futuro de los técnicos audiovisuales estaba puesto en una generación a los que se les había taladrado el cerebro que una titulación valdría para algo y que todavía se les permitía soñar para dedicarse a aquello que les movía las entrañas y el corazón. Poco a poco, sibilinamente y con cierta candidez fuimos cogiendo el relevo, introduciéndonos por los huecos que nos dejaban el amiguismo o la endogamia propia de una industria baja llave, pero abierta a su oportuno crecimiento. Quizás fuimos los últimos que escuchamos hablar de la ominosa “escuela antigua”, de tratar con respeto y admiración a los jefes de equipo que peinaban canas, cuyos nombres se habían impresionado en las mejores películas del cine español o de saber que formabas parte de un equipo cuyo jefe te defendería ante el más sanguinolento productor en caso de injusticia, sin necesidad de estar afiliado individualmente al sindicato. Y así, saboreando las miserias y ardides del meritoriaje, con cien ojos y doscientos oídos en todos los lugares de un rodaje, aprendimos un oficio y nos creamos un hueco en la indolente industria. Lo sabíamos porque pronto nos volvían a llamar cuando veíamos caer a compañeros indisciplinados y rebeldes, después de varios rodajes conocíamos a buena parte de los técnicos y los directores de producción valoraban el número de películas que llevabas encima sin necesidad de presentar ningún currículo. Y algunos podíamos rechazar rodajes porque se nos acumulaban o simplemente necesitábamos un descanso en nuestra vida cuando las cuentas corrientes eran altas y sonantes. Fueron años donde los centros de producción se extendieron a numerosas comunidades autónomas (Galicia, País Vasco, Andalucía, Comunidad Valenciana) intentando emular la fragmentación propia del modelo de Estado y aprovechar los fondos autonómicos para hacer más política y escaparate que cine y solidez industrial. Y todo parecía ir más o menos bien para los que apostamos por un departamento, por un oficio y por un aprendizaje responsable basado en la humildad y la experiencia.
Pero todo esto se acabó, o al menos mutó en lo concerniente a las reglas del juego del trabajo de los equipos técnicos en cine. Desde hace unos años, buena parte de los técnicos cinematográficos tuvieron que emigrar a la ficción televisiva porque la industria se extendía más por aquí que por la gran pantalla, y la publicidad bajó sus tarifas y sus jornadas se hicieron sufridas e interminables, por lo que los técnicos menos artistas también preferían obras y servicios más extensas y menos sufridas. Paulatinamente la pérdida de nivel adquisitivo de los técnicos se acrecentó como la de cualquier otro trabajador español y una explosión de jóvenes trabajadores con excesivo academicismo empezó a bajar las condiciones salariales que el mercado en años de bonanza había regulado. Las productoras de televisión empezaron a incluir becarios o estudiantes en prácticas que desempeñaban trabajos sin remunerar propios de los auxiliares de cada departamento. Las productoras de cine empezaban a reconocer el término “bajo presupuesto” bajo el pretexto de utilizar soportes de imagen digitales a la vez que hacían demagogia sobre la emoción de la cinefilia vocacional de casi todos los técnicos.
Y así un suma y sigue de escarnios, con tropecientos de licenciados, masterizados y profesionalizados que creyeron que el título hace al profesional al igual que el hábito hizo al monje: jóvenes técnicos de una generación digitalizada, multitarea, binaria, demasiado inconsciente y bien acomodada en los fueros de sus respectivas familias. Todos ellos han desplazado con ansia, a cualquier precio o a ninguno, a los antiguos técnicos de un sistema meritocrático, solo por el hecho de estar dentro de una industria que ya les escupía antes de profesionalizarlos porque ellos mismos tomaban las riendas de un modelo de producción low cost. Una joven generación que por primera vez tiene en sus manos los medios de producción, pues ahora hacer cine parece más fácil, barato y se puede hacer en casa y con amigos. Una revolución del mercado sin mercado bajo un nuevo paradigma que sigue cohabitando con el modelo clásico de producción, distribución y exhibición en masa, donde conceptos como “crowdfonding” o cooperativismo no terminan de convencer a los técnicos del modelo anterior. Internet también ha aportado su guinda al pastel sin entrometernos en la piratería o en los planes de nuestra anterior ministra-directora. Todos los días se depositan en la Red ingentes productos audiovisuales sin orden ni concierto, niveles de calidad o amortización, donde se terminan de desdibujar las fronteras existentes entre lo profesional y lo amateaur, con independecia del tamaño de su pantalla.
Y parece que este colectivo de trabajadores, fortalecido a través del poder de cohesión de Facebook, está intentando derribar las barreras geográficas, departamentales o generacionales para expresar libremente un descontento clamoroso y unánime ante el actual paro y las onerosas condiciones laborales del Sector. Y todo ello justo una semana antes de que el sindicato (TACEE) celebre una asamblea abierta en Madrid y Barcelona (sábado 9 de junio de 2012) donde se expondrán todas estas cuestiones en aras de buscar soluciones moderadas para todos los que una vez soñamos trabajar sin pesadillas al otro lado de la pantalla.