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INCENDIES. CRÍTICA
Acudí por casualidad a verla, gracias a la iniciativa de una beldad femenina con la frecuento últimamente oscuridades varias, entre ellas, las de la sala de cine por su buen criterio y afición. Incendies ha sido una sorpresa cinematográfica, un dedo en la llaga de la retina, un puzle consistente, pero abrumador, un poso indigesto tras el encendido de la sala. Esta es la historia de dos gemelos, hombre y mujer, Jeanne y Simon Marwan, que tras la muerte de su madre, Nawal, se ven forzados a descubrir su pasado, o mejor dicho, a construirlo nuevamente. La existencia de un hermano del que no sabían nada y de un padre al que hacían muerto les catapulta a emprender un viaje iniciático por los dolorosos vestigios de la guerra en Oriente Medio, sin un marco geográfico concreto, pero con la universalidad del mal endémico de la humanidad y de un conflicto extremadamente complejo, del que Denis Villeneuve se sirve para contextualizar la historia con los jirones del odio, la sinrazón y la tragedia del drama humano.
La opción de no hacer referencia explícita a ningún país ni a ningún tiempo es una licencia inteligente, pero arriesgada. El espectador es obligado de un tirón de orejas a sumergirse gratuitamente en un escenario horroroso de milicias cristianas y musulmanas sin profundizar en el conflicto, en las causas o en las consecuencias. Cine bélico, político y social sin el rigor que el género demanda, utilizando esa guerra como una guerra más, como un recurso estético y sugestivo (fundamental la música de Radiohead) para ilustrar el medrar de sus protagonistas más que como temática de primer orden. Al margen de esto, no vacilo en asegurar que Incendies es una de esas grandes historias que no dejan indiferente, incitando al diálogo interior, a los grandes porqués y a las insuficientes respuestas para explicar el dolor, las abyecciones del ser humano, los destinos fatales y la instrumentalización de los afectos más absurda y contrariada que ha hecho el hombre desde que es hombre: la guerra.
Un relato que bien vale para el cine, el libro o la televisión, pero que en este caso proviene de un texto teatral del dramaturgo canadiense de origen libanés Wajdi Mouawad. Denis Villeneube quedó prendido tras ver su representación en 2007 y apostó por adaptarla a la gran pantalla con un acertadísimo sentido narrativo que mantiene al espectador pegado a la butaca y atando cabos hasta prácticamente su final: se respira cine. La deconstrucción de una historia en varios tiempos y lugares comunes es su mejor baza, entretejida por las indagaciones de la joven Jeanne y el tortuoso pasado de Nawal, expuesto a cuentagotas, con verdad, con realismo, sin aspavientos, con sobrias interpretaciones que conducen a una resolución final inesperada, difícil de asimilar e inverosímil para muchos de tan duro.