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EL REY DE LA EVASIÓN. CRITICA

diciembre 14th, 2010 by Javi Pérez

El rey de la evasión

Las sociedades desarrolladas tienen la obsesión  de constreñir a sus individuos imponiéndoles leyes y límites que regulan sentimientos tan primarios como el amor y el sexo, siendo este asunto materia  muy controvertida entre sus ciudadanos. Un alegato en favor de la libertad sexual y del respeto parece ser la intención del director de esta cinta que no pasará a la historia del cine por una poética preciosista. Alain Guiraudie consigue con “El Rey de la evasión” una comedia ligera que mezcla el estrambote y el porno amateur con ínfulas de cine social. Su protagonista es un infeliz y obeso cuarentón que comercia con tractores para los agricultores de la región.  Su tediosa vida le conduce a una crisis de identidad sexual al enamorarse de Curly, una atractiva adolescente hija de su jefe, con la que resarce una confundida libido a base de clandestinos encuentros sexuales. Estos momentos harán las delicias de algún espectador ávido de coitos no interruptus sin más pretensión que la de mostrar cacha y michelín sudado a la par. No sabemos si es deliberación artística o simplemente un mal resultado, pero cabe destacar que la película se aprovecha del mal gusto, lo grotesco y la sordidez para transmitir valores y reflexiones tan profundas. Su banda sonora y sus escenarios son dos buenos ejemplos de las causas de su espanto. En última instancia podemos afirmar que nos encontramos ante un film que pretende reflexionar  sobre la infelicidad como consecuencia de la falta de libertad, sobre las cortapisas de la moral y el refreno de los deseos a pesar de que para ello tengamos que presenciar algunas secuencias impregnadas de un absurdo sobrante que desvirtúa cualquier inteligente intención de su autor.

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CONCURSANTE. CRITICA

diciembre 14th, 2010 by Javi Pérez

Concursante

La autocomplacencia con que sobrevive el cine español se ve con creces superada en este caso, con una cinta transgresora, inédita y renovadora dentro del panorama de la industria nacional.  Rodrigo Cortés, deudor de las últimas tendencias del cine norteamericano y de grandes como Welles o Scorsese, confecciona una primorosa fábula surrealista con abundantes dosis de genialidad, que cabalgan entre la sátira mordaz y el drama psicológico. Martín Circo Martín, encarnado en la piel de un soberbio Leonardo Sbaraglia, es un joven profesor de historia económica que gana en un concurso de televisión más de tres millones de euros en premios. La onerosa carga impositiva y su torpeza para poder afrontar el mantenimiento de los premios conducirán al protagonista a una espiral destructiva. Martín se convierte así en un antihéroe que será capaz de llegar hasta las últimas consecuencias con tal de recuperar su fortuna.  En su camino, destacan personajes insólitos que harán las delicias del espectador ávido de extravagancia. Pizarro, un descarado abogado interpretado brillantemente por Luis Zahera, otorga delirantes momentos de humor a la cinta. Figueroa (Chete Lera) es un viejo y disidente economista que asesora a Martín en su cruzada dentro de un universo onírico en el que todo vale. Lástima es que en este rebosante crisol también hay personajes que se quedan en vacíos estereotipos. Ejemplo de ello es Laura (Miryan Gallego), en el papel de la novia de Martín, que se presenta como una felina antagonista y que tras algunas manidas intervenciones desaparece sin apenas desarrollo. Se intuye que era necesario rellenar los huecos de una historia más preocupada por la fachada que por cimientos más importantes. El guión, cuya estructura no lineal expone el relato con la implacable precisión del mecanismo de un reloj, acoge un derroche de recursos formales y estilísticos. La utilización de múltiples formatos (35mm, Súper 8, video digital, instantáneas) y recurrentes piruetas en la realización y el montaje revelan a Cortés como uno de los directores más experimentales, en la línea de los americanos Spike Jonze o Paul Thomas-Anderson. Tamaña obsesión técnica tiene inconvenientes, y es que el film es costoso de asimilar y comprender en determinados pasajes, en los que la trepidante voz en off acompañada de música e historietas ajenas a la trama principal puede conducir al hartazgo. De esta guisa, Rodrigo Cortés aprovecha los tiempos del fast food, la banda ancha y la alta velocidad para invitar a la reflexión acerca de la fragilidad del sistema financiero sobre el que se sustenta la actual sociedad capitalista, donde el dinero, en ocasiones, es un arma de doble filo.  Y es que mucho antes que Cortés lo dijo Séneca: “Grandes riquezas, gran esclavitud”, y eso que por entonces no existían los concursos de televisión.

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LA CINTA BLANCA. CRÍTICA

diciembre 14th, 2010 by Javi Pérez

La cinta blanca

Parece ser costumbre que algunos directores de cine europeo se encumbren desproporcionadamente tras el éxito de sus primeras obras, resultando difícil por parte de crítica y público hacerles bajar de un podio que  creyeron perpetuo per se, como les ocurriera a Von Trier o Winterbotton. Quizás sea atrevido considerar que sea este el caso de Haneke, pues con sus anteriores películas – “Código desconocido”, “Funny Games” o “Caché”– ha demostrado  ser un autor con pulso y maestría a la hora de abordar historias sobre la cuestión de la violencia humana, sin vacilaciones para hacer de lo explícito su virtud más poderosa. Nadie duda de que su último film sea merecedor de los grandes elogios de los que está gozando, aunque parece indudable señalar también que la cinta pueda, a priori, hacer rechinar dientes y contagiar bostezos al más cuitado espectador, pues estamos ante una película difícil en la forma, pero sensiblemente inteligente en su fondo, que con el paso de los años se convertirá en un filme objeto de reverencia en la historia del cine.

“La cinta blanca” sitúa su acción en un pequeño pueblo de la Alemania protestante justo unos días antes del comienzo de la 1ª Guerra Mundial. Su pequeña comunidad de habitantes es testigo de una serie de brutales sucesos cuyo autor es desconocido. Sus habitantes permanecen alerta hasta que se esclarezcan los hechos  mientras el poderoso barón terrateniente intenta preservar el orden circulando la amenaza del castigo. Michael Haneke aprovecha  con maestría este punto de partida con un doble fin: contar una historia que raya lo detectivesco a través del recuerdo de la voz en off del maestro de los niños del pueblo,  y otro,  de seguro su mayor apuesta, hacer sociología cinematográfica de un tiempo y un lugar minuciosamente representados e intencionadamente elegidos.  En esta operación con bisturí,  todos y cada uno de sus personajes están construidos gracias a las contundentes pinceladas de personalidades trastornadas sin temor a una falta de anestesia, pues la historia nos adentra en las abyecciones más profundas de los seres humanos.   Las relaciones de poder, interés, dominación y sumisión son las constantes instintivas de unos individuos que suponen el germen de una sociedad que será capaz de comportarse bajo los dictados del fascismo unos años más tarde. Interpretación ésta, coadyuvada en parte por una demagogia fílmica atribuible sólo al poder del cine y su potencial discursivo.

El cineasta vuelve de este modo a revolvernos una vez más en la violencia, pero en esta ocasión con sutileza, sin golpes de efecto y sin apariencias. La tensión entre el yo y el superyó freudiano amortigua una violencia latente y contenida, cuyas causas más directas son el miedo y la culpa de una sociedad fundamentalista ávida de moral pecaminosa. Sus  diálogos  tienen la fuerza de atragantar al espectador  con una nausea indescriptible, como el momento en el que el doctor del pueblo reprocha miserablemente a su segunda mujer sus carencias como objeto amado.

En el apartado técnico es innegable comparar la fuerza de sus encuadres a los de otrora de maestros como Carl Theodor Dreyer o el sueco Bergman.  El cineasta consigue una realización portentosa  acompañada de un desacostumbrado para el momento, pero agradecido,  tempo narrativo, aunque si algo hay que reprochar a la cinta quizás sea su excesivo metraje con respecto a una trama que avanza pausadamente, con la necesidad de algunos giros de los que deliberadamente el autor ha huido.   La preciosa fotografía en blanco y negro obra de Cristian Berguer ensalza entre claroscuros interpretaciones en estado puro (especialmente emocionante la de la joven Leoni Benesch) y el realismo de los escenarios y de la caracterización es insuperable, redondeado el trabajo de un director que se supera así mismo una vez más con las mismas obsesiones que le han llevado a ser uno de los autores europeos más singulares y deseados por crítica y público.

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"En esta industria, todos sabemos que detrás de un buen guionista hay siempre una gran mujer, y que detrás de ésta está su esposa.".
Groucho Marx (1890-1977) Actor estadounidense